domingo, 28 de mayo de 2017

Los titiriteros

La verdad es esa fugitiva que muchas veces creí tener en mis manos, tan solo para verla desvanecerse ante el peso de otras verdades.

Me siento como una ciega de nacimiento, incapaz de describir los colores. Desnuda de toda convicción, me intriga la razón por la que existo, que plan de cuál ser o qué divina casualidad pusieron mi efímera conciencia a andar en este minúsculo segmento de tiempo y espacio.

Mis titiriteros me convencieron de una cosa de la que hoy dudo. Ellos me dijeron que este mundo es una suerte de prueba de obstáculos con el fin de determinar si merecemos un cielo eterno o un infierno eterno. Me hicieron creer que los más grandes deleites de mi corta existencia son tentaciones malignas para hacerme merecedora de castigos fuera de toda proporción.

Y tuve miedo, por eso les creí.

Los titiriteros son todos hombres, varones de nacimiento. Gran parte de ellos de cabello canoso y arrugas en el rostro. Todos ellos solitarios trabajadores de sus dogmas, encerrados en sus cómodas casas, sin hijos ni afectos eróticos, al menos en teoría, puesto que muchos han desviado el camino desahogando sus deseos de las formas más nauseabundas.

Yo les creí, les di mi lealtad ciega, compré su certeza de tener la verdad absoluta; estaba tan segura de lo que me esperaba tras la muerte como que al día siguiente saldría el sol. Solo debía sortear una serie de obstáculos para ganar ese premio tan añorado. Tenía que luchar contra mi propio cuerpo, mis propios afectos, mis propios deseos, y no contentos con eso, me exigían luchar también contra los cuerpos, deseos y afectos de mis semejantes, como una implacable voz de la razón y policía de la moral. ¡Qué ingenua fui!

Ahora entiendo el enojo de las víctimas de mis moralinas.

-¡Métete en tu vida, necia!
-¡Haz dieta en vez de criticar, gorda!
-¡Regresa a tu caverna, retrógrada!

¿Cuántas lágrimas cayeron sobre mi teclado producto de esas duras palabras? Soy incapaz de contarlas.

El bien y la verdad... ¿quién puede definirlos con certeza?

Dios existe, de eso no tengo duda alguna. Yo misma soy una impresionante obra de bio ingeniería. Las tareas más simples que puedo realizar no alcanzan ni de cerca a las que realizan máquinas creadas por genios de la robótica. ¿Cuánto costaría crear un robot que lave los platos y tienda las camas? ¿Y un robot que pinte paredes? ¿Otro que conduzca un vehículo? ¿Y qué tal uno que haga todo lo anterior y a la vez se cuestione sobre los motivos de su creador para hacerlo? No lo creo imposible pero sí muy difícil.

Y ya Algo o Alguien ideó máquinas maravillosas que nacen, crean, obtienen energía de su entorno y hasta tienen tiempo de cuestionarse el sentido de la vida. Y ni hablar de otros milagros como los océanos, la gravedad, la distancia del sol que nos permite la vida, el equilibrio gravitatorio que aporta nuestra única y hermosa luna y nos permite tener climas estables y estaciones definidas.

Veo la mano de un ingeniero, diseñador, artista, un ser que solo vive para crear por la mera pasión de hacerlo. ¿Y será que un ser que creó miles de millones de galaxias entre las que no somos ni una insignificante mota de polvo lleva la cuenta de cuántos domingos falto a misa, cuántas veces al día tengo pensamientos y deseos "impuros" o cuántas veces omito decirles a los demás lo que según los titiriteros está bien o está mal?

Me cansé de todo eso, me cansé de buscarle lógica a lo que no la tiene.

Lucy se enmarañó en un soliloquio de horas en las que meditó sobre Dios, la vida, la otra vida, el bien, el mal y el amor. Cada vez más confundida, como si dos voces que debieran ser una sola se enfrascaran en una interminable discusión.

Se miró al espejo y vio como su reflejo tomaba vida propia. Sus facciones se relajaban, devolviéndole una lúdica sonrisa. Pero en Lucy crecía la incertidumbre y su rostro trataba de endurecerse en una severa mueca.

No era la primera vez que le pasaba.

El marco del espejo comenzó a desvanecerse, pero la imagen de Lucy reflejada seguía ahí, sonriente, resuelta.

La imagen entró a la dimensión de fuera del espejo y abrazó a Lucy como si se tratara de una vieja amiga a la que hacía mucho no veía.

- Diana - murmuró Lucy mientras resistía el abrazo de su álter ego.

- Amada Lucy, te siento tensa - replicó Diana mientras se alejaba un poco para contemplar a su doble - me necesitas, no puedes vivir sin mi.

- Yo tomé una decisión, Diana - respondió Lucy mientras apartaba la mirada - deberías irte.

- No me iré. Pero tú sí - replicó Diana mientras en una rápida maniobra volteaba a Lucy y la encerraba en el espejo, haciendo reaparecer los marcos y dejando a Lucy en la dimensión del silencio.

Diana, la maldad o la libertad... y así fue como Lucy llamó a su lado más salvaje, a su naturaleza curiosa, sensual y resuelta, a la que un mal día decidió tachar de pecaminosa y reprimir, tan solo para darle más poder, un poder tal que hizo desaparecer a Lucy para siempre.

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