jueves, 11 de mayo de 2017

El arte de vivir y dejar vivir parte I

“Vive y deja vivir” no es solo una frase cliché para ubicar a quienes creyéndose poseedores de una moral superior insisten en opinar o influir en vidas ajenas, sino una frase que encierra mucho más, una frase que encierra el secreto para la paz mental y para convertirnos en emisores de la paz en nuestros ambientes.
Es una frase conformada por dos partes, la primera vive y la segunda, deja vivir. Se trata de una filosofía que establece un compromiso con nosotros mismos y con los demás, un compromiso para conformar relaciones pacíficas y convertirnos en personas pacíficas capaces de fluir con la vida.
Fluir como el agua que es capaz de amoldarse a cualquier recipiente sea cual sea su forma. El agua y su fluir transmiten paz a la mayoría de las personas, desde las olas del mar y su constante arrullo, hasta una fuente y su refrescante borboteo, sonidos tan relajantes que incluso son utilizados en la música para meditar o practicar disciplinas como el yoga.
El agua es clara, es honesta, es dulce, es vital, así como la paz. ¿Te has enfrascado en discusiones sin fin con tus amigos, familiares, compañeros de trabajo o desconocidos en una red social? ¿Has enfrentado sentimientos de ira, cólera, prepotencia o tristeza como fruto de esas discusiones? ¿Has meditado en cuánta paz aporta eso a tu vida y a la de quienes te rodean?
Yo solía ser una persona con una moral muy cuadrada y estricta, como producto de una canalización errónea de la religión y la espiritualidad y asumía muy en serio mi compromiso de ser “sal y luz de la tierra”, desde un concepto totalmente distorsionado y torcido de las palabras del Maestro Jesús. Me creía con la potestad y hasta con la obligación de ser como la voz que clama en el desierto para decir “eso está bien”, “eso está mal”, “Dios ve eso con malos ojos”, “eso es pecado”. En muchas ocasiones esas observaciones iban destinadas a calificar y etiquetar aspectos sumamente íntimos y personales de cada cual, como su identidad u orientación sexual, su vida privada, sus prácticas espirituales, entre otras. Me creía en la necesidad y obligación de ejercer “corrección fraterna” hacia quienes según yo y mi punto de vista, estaban haciendo las cosas mal.
Es evidente que dichas observaciones eran percibidas con hostilidad, convirtiéndome en blanco de ataques verbales y personales, haciéndome perder relaciones que valoraba muchísimo (inclusive al amor de mi vida), amistades y hasta el contacto con familiares, lo cual exacerbaba mi fanatismo religioso y me hacía creer que no eran sino pruebas divinas para probar mi resistencia y perseverancia y que la realidad de los cambios que ha experimentado la sociedad a nivel de familia, relaciones, moral, entre otros, eran fruto de una gran conspiración para destruir al ser humano.
La mentalidad sectaria es aquella en la que un grupo de personas se aísla de los demás creyéndose poseedores de una verdad absoluta, de una moral suprema y merecedores únicos de la salvación eterna. Es el mismo sentimiento que lleva a algunas personas muy desequilibradas mentalmente a hacerse estallar en nombre de Dios porque les han prometido 72 vírgenes en el paraíso. Es el mismo sentimiento que lleva a otras personas a ondear carteles con mensajes hostiles e hirientes en lugares públicos contra las minorías. Es la misma convicción que lleva a otros a considerar seriamente apoyar iniciativas políticas y públicas que restrinjan o veten la planificación familiar científica y realista, el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo y en otras palabras, división en nombre de una fe, seguida de la imposición de una verdad absoluta.
Es evidente que existen estilos de vida y acciones que son realmente dañinos y peligrosos para la sociedad, como la distribución de drogas altamente adictivas y destructivas, círculos de corrupción en las altas esferas del gobierno que malgastan y extraen para unos cuantos dineros del tesoro público, personas con sociopatías que las llevan a matar por placer, el execrable y asqueroso abuso sexual a personas menores de edad, e incontables otros. El mal objetivo y el bien objetivo existen, sin embargo, es tarea de la sociedad y sus fuerzas del orden tipificar y punir las conductas que nos dañan a todos como sociedad, las conductas que realmente son lesivas de los derechos de las personas y no aquellas consideradas inmorales o pecaminosas por unos cuantos.
Dejar vivir no se trata de ser indiferente a lo que hagan los demás, o celebrar que cada cual haga lo que se le de la gana, sino entender que mis derechos terminan en donde empiezan los derechos de los demás. Como mi derecho a fumar termina en donde empieza el derecho de los demás a respirar aire limpio. Como mi derecho a creer en una religión termina en donde yo, con base en esa religión, restrinjo los derechos de los demás, los juzgo, los señalo, los segrego, los hiero y de paso me hiero a mí misma, creando un ciclo interminable de hostilidad.
Vivir es hacer y creer lo que nos hace felices, dejar vivir es dejar a los demás creer y hacer lo que les causa felicidad. Cuando me di cuenta de que vivía sometida a una creencia según la cual la más mínima cosa que me hace humana me hacía merecedora del infierno, una creencia según la cual esta vida es despreciable y es solo una gran prueba, un gran “valle de lágrimas” antes de ganar “el cielo, el paraíso, el descanso eterno” del cual nadie tiene certeza ni pruebas, acepté dos cosas, la primera, no estaba viviendo porque no me sentía feliz, la segunda, no dejaba vivir porque juzgaba, señalaba, increpaba. Increíblemente, la gran mayoría de las personas que se consideraban de la misma religión que yo, seguían esa filosofía de tomar lo bueno y obviar lo que los hace infelices, pero una pequeña minoría dentro de ese gran grupo, incluso se creen con capacidad de juzgar a sus propios correligionarios de falsos, tibios, “light”, con severos reproches incluidos.
Todo fanatismo es enemigo del vivir y dejar vivir, incluso he conocido a personas ateas fieles a su convicción de arrancar cualquier vestigio de creencia y fe de los demás, con comentarios inoportunos, burlas, agresiones, intensidad. Todo fanatismo nos resta calidad de vida y nos convierte en personas tóxicas para los demás, personas que solo abren la boca o mueven los dedos para hacer comentarios pasivo agresivos y destructivos que los convierten en espinas para los demás.
¿Qué quieres ser en el gran jardín de la vida, espino o flor?

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